Hoy 9 de Octubre es inevitable sacar a relucir una de esas mentes brillantes que con agudo ingenio supieron adelantarse a su tiempo, el francés Clément Ader. Un verdadero pionero de la aviación que deslumbró al mundo con su invento, el avión.
Habitualmente pensamos en el avión como un invento de los hermanos Wright pero trece años antes ya hubo en el aire un aparato llamado “avión”.
El nombre de avión venía a sustituir el de Eole, que no dejaba de ser una reminiscencia del mítico señor de los vientos que aparece en la Odisea. Este personaje cuyo dominio se extendía por la isla flotante de Eolia dio también alguna inspiración a nuestro protagonista de hoy, pero no adelantemos acontecimientos.
La fotografía fue uno de los muchos inventos que surgieron en el siglo XIX y como ella gran cantidad de ingenios como la locomotora, el cinematógrafo o la electricidad, despertaron la curiosidad de mentes inquietas que desde su juventud dieron asombrosos resultados. Ese fue el caso de Clément Ader, un joven de las afueras de Toulouse que desde niño tuvo la mente en las nubes.
Se dice que en su Muret natal inventó una cometa capaz de elevar a un hombre (lo que le convierte en cierto modo en precursor del kitesurfing) y no solo eso, sino que tiempo después se atrevió incluso a mejorar el recién inventado teléfono.
Por aquel entonces Clément ya había conseguido una plaza en el ministerio de
Ponts et Chaussées (equivalente a nuestros “Caminos, Canales y Puertos”, lo que vendría a ser una especie de Ministerio de Obras Púbicas) y solo bastó un año para que el invento de Graham Bell se instalase en París.
Como empleado público Clément Ader se percató de que el teléfono tenía una desventaja fundamental y es que no era estéreo ya que el receptor tenía un solo canal. De este modo en 1881 inventó el Teatrófono que disponía de dos auriculares cuya utilidad le dio el nombre. Este singular apelativo deriva de la aplicación que semejante aparato tendría para las conversaciones privadas pero también para escuchar óperas o piezas teatrales desde cada domicilio.
Tras este éxito Ader retomó su interés por los vuelos, quizás influido por hervidero de entusiastas aeronáuticos en el que se había convertido París por aquel entonces.
Entre los cuales se encontraba otro joven de provincias, su amigo el fotógrafo y piloto de globos aerostáticos
Félix Nadar, seguramente ambos leyesen un libro que aquel año de 1881 publicó el mecánico Louis Pierre Mouillard “L’Empire de l’Aire”, en el se analizaban distintas aves del norte de África como muestra aerodinámica en la naturaleza.
Al parecer Ader aprovechó la bonanza económica que había logrado con los inventos telefónicos para invertir en un viaje a Argelia donde comenzaría su gran invento, el Eole. Estaba claro que la estructura había de ser liviana pero necesitaría un motor, algo para lo que su inventor no tuvo problemas ya que diseño un motor a vapor ciertamente admirable.
El resto de aplicaciones eran pequeñas modificaciones de otros inventos que en los nueve años siguientes fue patentando, hasta que finalmente en tras el Eole I, y Eole II llegó un invento definitivo registrado en la oficina de patentes como “Aparato alado para la navegación aérea llamado Avión”, era el 19 de abril de 1890.
Tendrían aún que pasar unos meses hasta que finalmente en octubre de ese mismo año se trasladó con sumo secreto el invento hasta la finca Seine et Marne en Armainvilliers (a unos treinta kilómetros de París).
El avión tenía un peso de unos 200 kilos y un aspecto semejante a un murciélago, sus alas plegables asustarían a cualquiera y más aún cuando en la llanura de los jardines, las dos hélices y el motor a vapor pusieron el avión en marcha, en una frenética carrera que comenzó a las 16.40 h y duró pocos minutos más, los suficientes como para que el Avión se elevase 20 centímetros en apenas 50 metros.
Fue un vuelo humilde pero suficiente como para demostrar que la carrera de los vuelos a motor había dado sus primeros pasos (o aleteos según se quiera ver). Clément Ader se percató de ello e intentó sacarle todo el partido posible a su invento.
Lo guardó en secreto y solo se lo transmitió a su amigo Felix Nadar, hasta que en septiembre de 1891 pudo realizar una demostración en las instalaciones militares de Satory buscando de ese modo una financiación estatal.
Sin embargo tras varios fracasos por climatología adversa el ministerio de defensa Charles de Freycinet decidió archivar el proyecto sin que se llegase a desarrollar del todo. Se acercaba la fecha en la que dos hermanos estadounidenses fabricantes de bicicletas, los hermanos Wright llevasen a cabo experimentos semejantes que les llevasen a la gloria.
Curiosamente en el año 1909 Clément Ader publicó un libro llamado “Aviación Militar” adelantándose unos cuantos años al uso de la aviación pues recordemos que cinco años más tarde los aviones de la primera guerra mundial siguieron teniendo una importancia muy limitada y sin embargo Ader ya vaticinaba en su libro buques que sirviesen para el despegue de estas naves en el mar. Algo que poéticamente recuerda a su primer avión aquel Eole que a semejanza del dios griego, viviría también en una isla flotante.